miércoles, 7 de junio de 2017

El duelo que determinó el trono de España



Dice nuestro refranero que la avaricia rompe el saco. La avaricia y los deseos de poder.

Antonio María de Orleans, Duque de Monpensier estaba destinado a un trono. Hijo del rey de Francia Luis Felipe de Orleans, su destino real se rompió el día que Isabel II, hija de Fernando VII y futura reina de España fue casada con Francisco de Asís, viéndose relegado al papel de cuñado de la reina tras casarse con la hermana de esta, Luisa Fernanda.

Antonio María de Orleans, Duque de Monpensier

Las ganas de hacerse con la jugosa corona le llevaron a intrigas políticas y a conspirar contra su real cuñada, y el duque se vio obligado a huir a Portugal después de que le pillaran financiando la Revolución Gloriosa. Sin embargo, la reina Isabel terminó siendo destronada y ahí es donde comienza esta historia.

Con la reina fuera de escena -y del país- el papel protagonista en el trono español estaba ya casi en manos de Antonio María de Orleans por razones de matrimonio, y sin duda sus aspiraciones se hubiesen materializado si el duque hubiese dejado su honor y orgullo a un lado.

Enrique de Borbón

El 7 de Marzo de 1870, el primo y enemigo visceral del Duque de Montpensier, Enrique de Borbón, escribió un artículo en la publicación La Época contra su primo y sus artimañas para hacerse con el trono. El duque debió dejarlo pasar, pero su enemistad venía de lejos y no permitiría que su primo, quién además había declarado su apoyo a la causa republicana, lo ultrajase públicamente.

Se decidió que el asunto se solucionase al estilo de los caballeros de la época, con un duelo. Ambos fueron llamados el 12 de marzo de 1870 en la Dehesa de Carabanchel, donde se encontraba la escuela de tiro para los caballeros madrileños. Los padrinos de ambos -los militares Fernandez de Cordoba, Solís y Alaminos para el duque, y los republicanos Federico Rubio y Emigdio Santamaría para el infante Enrique- acordaron las normas del duelo. Este sería a sangre y con una distancia de nueve metros entre los implicados.

Las pistolas utilizadas en el duelo se exhiben en el Museo del Ejército de Madrid

Comenzó disparando el duque, que erró el tiro. No tuvo mejor suerte su primo al responder al disparo, pero se había concretado que debía haber herida, así que el turno regresó al duque que, en este segundo intento, impactó la bala en la frente del infante. Antonio María de Orleans ganó el duelo, recuperó su honor y perdió cualquier posibilidad de ser rey ahora que había derramado la sangre de un infante, hermano del rey consorte Francisco de Asís y nieto de Carlos IV.

Como miembro del ejército, el duque se tuvo que someter, además, a un consejo de guerra y fue condenado a un mes de arresto al ser considerada la muerte del infante un acto accidental. Quiso compensar al primogénito de Enrique de Borbón por la muerte de su padre con treinta mil pesetas que el joven no las aceptó. El duque había firmado su destino y, a final de año, Amadeo de Saboya fue proclamado rey de España con una escandalosa ventaja de votos. Antonio María de Orleans se negó a reconocer al nuevo rey y fue exiliado a las Baleares. Pero la venganza es un plato que se sirve frío y se dice que el duque no perdonó a Juan Prim, con quien hacía tan poco había conspirado para destronar a su cuñada Isabel, el haber hecho campaña por Amadeo I y que fue él quien organizó el complot que llevaría al asesinato del general a finales de ese mismo año.

Amadeo I

El duque de Montpensier volvió a oler la corona una vez más, en esta ocasión con motivo del matrimonio de su hija María de las Mercedes con en ya rey Alfonso XII, pero cualquier poder dentro de la corte desapareció cuando su hija murió pocos meses después de la boda por culpa de una tuberculosis. Su padre no tardó en seguirla a la tumba dos años después a causa de una apoplejía. Murió con sesenta y cinco años habiendo rozado el trono y con el pecado de haberlo perdido al disparar su pistola esa mañana de marzo en Carabanchel. 

miércoles, 24 de mayo de 2017

El café del Príncipe y la tertulia del Parnasillo





Este es el velador aquél, testigo
de nuestras largas íntimas veladas,
continuación del fiel diálogo amigo,
interminable y loco, alegre o triste,
que mil veces nos trajo a la memoria
aquel continuo hablar en las posadas

Miguel de los Santos Álvarez


Una de las características comunes en todas las grandes capitales es la de convertirse en núcleo de artistas e intelectuales. En ese sentido, como también ocurre con Barcelona, Madrid ha funcionado siempre como un enorme imán que ha atraído a personalidades de toda España que han formado aquí círculos sociales con sus contemporáneos que se han materializado en las tertulias artísticas.

Aunque el vocablo “tertulia” se empieza a utilizar en el siglo XVIII en plena explosión neoclásica, las tertulias artísticas tienen su origen en las Academias literarias del Siglo de Oro, estas eran encuentros celebrados en la residencia de un noble a imitación de las academias italianas del Renacimiento. El Siglo de las Luces lleva estas reuniones de palacete a los cafés madrileños de la mano de Nicolás Fernandez de Moratín que convirtió la Academia del Buen Gusto en la Tertulia de la Fonda de San Sebastián en la Plaza del Ángel. Al mismo tiempo, la difusión de la prensa escrita animó al debate de la actualidad en cafés y casinos.

Discurso de Salustiano Olózaga en el Café Lorenzini
en la Calle de Cádiz


Con el XIX Madrid sufre una explosión demográfica que supera el medio millón de habitantes a comienzo de siglo, y que contribuyó, además, a una mayor expresión cultural que repercutiría en la proliferación de estos lugares. Tan importante es la figura de «el café» que Mariano José de Larra, una de nuestros exponentes románticos, escritor y ácido periodista y en sí mismo ejemplo del héroe decimonónico tras su trágico suicidio, dedicó en 1932 un artículo para El duende satírico del día a estos lugares, a su clientela y a las costumbres de esta. En estos cafés, y tras la lectura de La gaceta y el Diario de Avisos, únicas publicaciones permitidas en el Madrid de 1828, comienza el debate. Larra, al igual que sus contemporáneos Espronceda o Mesonero Romanos (este último también hablaría de estas tertulias en Memorias de un setentón) se movía entre distintos locales que iban desde la calle Infantas hasta la actual Plaza de Santa Ana, desde la Puerta del Sol hasta la Calle Alcalá. De todos, el más famoso y el que más trascendencia tendría en el mundo de las letras es el café del Príncipe en la calle del mismo nombre y junto al actual Teatro Español. Este negocio existió desde 1807, pero no fue hasta los años treinta del mismo siglo que alcanzó notoriedad dentro de la vida intelectual que se concentraba en la tertulia del Parnasillo.

Teatro Español anteriormente del Príncipe 


¿Qué atraía de este lugar a los jóvenes artistas? Sólo se me ocurre su cercanía al teatro y la posibilidad de tejer contactos con el director escénico y empresario teatral Juan Grimaldi, siempre dispuesto a promocionar jóvenes talentos, porque los dos testimonios que tenemos de sus asistentes, el de Larra y el de Mesonero Romanos, coinciden en describirlo como un tugurio. «Reducido, puerco y opaco» son las características con las que lo engalana el primero. Mesonero Romanos, por su parte escribe: «A pesar de todas estas condiciones negativas, y tal vez a causa de ellas mismas, este miserable tugurio, sombrío y desierto, llamó la atención y obtuvo la preferencia de los jóvenes poetas, literatos, artistas y aficionados». Es también este último quien testimonia cómo fue en este lugar donde Mariano José de Larra fue bautizado con el seudónimo de Fígaro después de que lo sometiese a debate. Finalmente fue Grimaldi quien pronunciase el nombre con el que el periodista firmaría sus escritos. El mismo lugar que le dio uno de los apodos por el que se le conocería, fue testigo de su muerte el día que el torero Mirandilla llegó con la noticia de su suicidio.

Retrato de Mariano José de Larra por Federico de Madrazo



El Parnasillo estaba formado principalmente por literatos como Espronceda, Zorrilla, Hartzenbusch o los ya mencionados Larra y Mesonero Romanos, pero también por políticos y oradores como Bravo Murillo o por artistas como Madrazo o Esquivel, por eso medio siglo después Azorín describió este lugar como «el solar del romanticismo castellano» donde se discutía de arte escénico, poesía, filosofía, o se debatía, desde la óptica liberal que compartían, la situación política del país. El café cerró en 1840, cuando el local pasó a formar parte del teatro colindante, pero ya había dejado su impronta en la historia de nuestra ciudad; en ese oscuro lugar, entre la docena de mesas de pino color chocolate que recordaba Mesonero Romanos tres años antes de morir, se definió el pensamiento romántico español y se engrasó el motor de la renovación intelectual no solo de la capital sino de todo el país. 

jueves, 28 de enero de 2016

Restobar Saporem: Déjate la fuerza de voluntad en casa

 
 
Enero es el mes de los buenos propósitos. Comenzar a hacer ejercicio, rebajar el consumo de alcohol y ponerse a dieta son los más comunes. Yo lo sé bien porque ya he fracasado...en los tres. No me disculparé por lo del ejercicio; mi cuerpo no está diseñado para el esfuerzo físico, pero lo de el alcohol y la comida si tiene un culpable ajeno a mí, y se llama Saporem.

En pleno barrio de las letras madrileño, está este local que incita a comer y beber de lujo con la mejor relación calidad-precio de la zona. Y allí se dirigió Mi Madrid Me Mima ayer miércoles para disfrutar de S_Cub y su carta de cócteles.

Saporem es un local que ilumina la normalmente oscura calle de Ventura de la Vega a través de sus ventanales por los que se filtra la cálida luz de sus centelleantes bombillas de techo. Ya desde fuera te invita a echar un vistazo a su interior impecablemente decorado en madera, paredes empapeladas con periódicos, mesas sobrias contrastando con sillas de colores y vigas metálicas vistas. Saporem tiene además un coqueto patio interior que permanece cubierto en las noches frías o lluviosas, pero que se abre al cielo en cuando el buen tiempo lo permite. Allí nos dirigieron anoche, donde nos esperaba música, comida y copas.
 


 
Prometí portarme bien y solo pedir una copa de vino blanco. Observando desde un rincón a toda esa gente guapa me dije que ser bueno merecería la pena, pero entonces el local liberó sus cantos de sirena en forma de simpatiquísimos camareros con bandejas de quesos, pero lo mejor aún estaba por llegar. Poco después las bandejas se convirtieron en cata de algunos de sus exquisitos entrantes.

Las chips de berenjena con miel son para enloquecer el gusto. Cortadas en láminas tan finas como una patata frita, son crujientes al morder y la miel no empapa la pulpa, así que no resulta nada empalagosa. Las croquetas de morcilla y plátano...en fin, si no hay nada que le siente mejor a la morcilla que el dulce, el sabor del plátano maduro es directamente su complemento ideal. En cuanto a las rellenas de gambón, solo diré que me arrepiento de no haber cazado más que una. Pero deliciosa hasta poner los ojos en blanco era la pizza Saporem: una finísima y crujiente masa sobre la que descansan los champiñones, la calabaza y la trufa con el ligero amargor de un ramillete de canónigos.


 
Pero la razón para estar allí eran los cócteles, así que las delicias anteriores sirvieron de esponja para la degustación de sus nuevas mezclas que se desmarcan de los combinados de siempre. En este sentido, Saporem y su S_Club nos propone unos cócteles que poder disfrutar antes, mientras o después del almuerzo, acompañando su apetecible carta de comida o como copa para alargar la cena. Así que dejemos el mojito a un lado y permitámonos disfrutar de sabores nuevos, y si no nos atrevemos a elegir, S_Club nos ofrece las opciones más adecuadas para cada momento.

Yin Yan fue sin duda mi favorito. Una combinación de ginebra, lima, pepino, bíter de apio y chile habanero. Sigue teniendo un sabor fresco y cítrico, pero el habanero deja un rastro picante delicioso. The Classic mezcla aperol, brandy de cereza, pomelo y biter cítrico, mientras que el Old Fashion añade naranja y angostura a una base de ron añejo. En los tres casos se trata de sabores muy refrescantes, y por eso en S_Club nos los recomiendan para el aperitivo.

Para la comida, el Bonsai, compuesto por bíter floral, romero, limón y vodka, o el Red Julep, con whisky irlandés, frutos rojos, hierbabuena, pomelo y bíter old fashion, son los mejores acompañantes para cualquier plato del menú.

En la sobremesa buscamos relajarnos tras la comida y alargar la ocasión entre conversaciones y risas. Los cócteles se vuelven más dulzones. Quién iba a imaginar que la mantequilla combinaría tan bien con la lima, el tequila y la cerveza de jengibre en el Madame Cuervo. El Passion tiene algo de ponche al mezclar clara de huevo con licor de fruta de la pasión, gin cítrico, lima e hibisco. Y aquellos con gustos más clásicos pueden decantarse por el Snow, donde esta se mezcla con naranja, licor de almendra y bíter naranja. Si te has quedado con hambre, combina estos cócteles con uno de los deliciosos postres del Saporem, como la copa de crema mascarpone con fresas y galleta Oreo, un vicio para los golosos.


 
Saporem no es un restaurante de paso al que entrar con prisas, sus opciones de comida y bebida invitan a sentarse con calma y disfrutar despacito de cada bocado y cada sorbo con un trato por parte de su personal que hará que te sientas mimado.

Os lo aseguro; así da gusto romper propósitos.

domingo, 17 de enero de 2016

Cuando un coliseo es el primero en decirte hola

El río, la carretera, el estadio
Foto: J.Pablo Cózar


Para un madrileño de nacimiento debe ser muy difícil citar a bote pronto su primer recuerdo de Madrid. Para los que somos de fuera suele ser algo más sencillo, es difícil olvidar la primera vez que llegas a esta ciudad. Desconozco como será aquel recuerdo para aquellos que llegaron por primera vez en tren o en avión, o por cualquiera de las otras carreteras que no son la Nacional IV, pero para muchos de los que venimos de Andalucía occidental el recuerdo está claro: la M-30 a su paso por el estadio Vicente Calderón. Y uno podría pensar que habla la nostalgia de aquel niño noventero que se asombraba con esos coliseos modernos que son los estadios de fútbol, pero si casualmente oyes en cualquier plazuela de Jerez a unos chavales hablando de su primera visita a Madrid, inevitablemente alguno grita aquello de «pasar por debajo del Calderón» sin tener ni idea siquiera de que es Arganzuela.

Por aquellos azares del destino resulta que la M-30 es solo unos años más joven que el estadio del Atlético de Madrid, por lo que su matrimonio queda atado hasta que la muerte, o la Peineta, los separe, pero eso es otra historia. Desde los años 70, aquellos que entran por primera vez por el nudo sur se lo encuentran de golpe, como algo inesperado. Quizá hoy en día con tanto rascacielo tardío, hijo del concubinato de ex alcaldes y empresarios de la construcción ya no impacte tanto, pero ese túnel queda en la retina del que no lo va buscando.

Y sorprende porque casi nadie viene a Madrid solo con la intención de ver ese estadio, pero a los que venimos del sur fue lo primero que nos dio la bienvenida. Y no tiene que ver nada con filias o fobias deportivas, tiene que ver con la memoria y el primer recuerdo de una ciudad que luego, con los años y el conocerla, tanto nos ha dado a algunos.

domingo, 31 de mayo de 2015

Cata de Casimiro Mahou: Un mapa de Madrid con sabor a malta.

Como buena hija del barrio de las Injurias que es la que aquí suscribe, el pensar en Mahou me lleva directamente a mi adolescencia y al olor a cebada fermentada que invadía el paseo Imperial. Los enormes gigantes que guardaban la cerveza formaron parte de mi vida hasta que la fábrica de Mahou se tiró abajo en 2011. Más allá de eso, lo que sabía de la marca se limitaba a lo que conoce cualquier español: que Mahou es la cerveza más famosa y consumida en nuestro país. No imaginaba cuán ligada estaba a la ciudad de Madrid, ni sabía que, a través de su historia, puedes hacer un recorrido por nuestra capital. 
 


Con motivo del lanzamiento de una colección especial basada en la vida en nuestra ciudad de Don Casimiro Mahou, Mahou San Miguel invitó el pasado viernes a Mimadridmemima a una selecta cata de las cuatro cervezas que forman la edición especial.

Se nos citó en un piso de la calle Españoleto, decorado con mimo hogareño, en el que destacaban copias de retratos decimonónicos y mobiliario antiguo sobre las paredes de color blanco roto. En el centro del pequeño bajo, una mesa enorme estaba preparada para nosotros con distintos vasos, una colección de tarros con cereales, especias y flores de lúpulo, y en el cetro un enorme bloque de hielo que refrescaba la sala al tiempo que la cerveza calentaba nuestros cuerpos.

Fuimos recibidos de lujo por Álvaro, quien amablemente se había puesto en contacto con nuestra página para ofrecernos este evento, Guada, que sirvió de perfecta anfitriona y Javier quien enseñó a nuestro grupo de entendidos solo en cañas de bar y litronas de parque, a cómo saborear, distinguir y convertir en experiencia sensorial el tomar una cerveza.



 
Antes de ello, y con todos salivando de ganas por probar una de esas preciosas botellas de etiquetado vintage, Javier nos dio una breve lección de historia sobre el vínculo entre nuestra ciudad y Casimiro Mahou, artífice, que no fundador, de la primera fábrica de cerveza que lleva su apellido.

Casimiro Mahou nació en la Lorena francesa en 1812, pero los continuos conflictos entre Francia y Alemania por la región, obligaron a la familia a emigrar. El destino elegido fue nuestro país, y Casimiro llegó a nuestra ciudad con ambiciones y espíritu emprendedor. Su primer negocio fue una fábrica de papel pintado en el barrio de Maravillas, un producto reservado para la aristocracia y que Casimiro quiso popularizar entre la clase media para abrir mercado. Dejó el negocio a su socio a pesar de que cosecharon tanto éxito que llegaron a proveer a la Casa Real. Pero las inquietudes del señor Mahou lo llevaron a emprender un nuevo proyecto en Amaniel, donde abrió la fábrica de oleos y pinturas El Arcoíris. Pero Casimiro Mahou siempre tuvo en su cabeza la idea de fundar una fábrica de cerveza. La tradición que traía de su patria sumada a la calidad del agua madrileña, aseguraba un buen producto que podría llegar a popularizar la bebida en un país en el que la cerveza seguía considerándose exótica y no podía competir con el vino o los licores. Desgraciadamente, Casimiro Mahou murió en 1875, antes de poder ver sus planes hechos realidad. Fueron sus hijos los que tomaron su testigo y compraron la fábrica de hielos El Polo Norte, también en Amaniel. En 1890 comenzó la fabricación de cervezas Hijos de Casimiro Mahou, aunque popularmente se conocía como Cerveza El barril por el dibujo que acompañaba sus carteles publicitarios. De aquella primera fábrica solo se conserva la fachada, que ahora pertenece al Museo ABC. Al comienzo del siglo XX la familia Mahou amplió sus instalaciones comprando la fábrica de malta de Marcenado. 
 
 


Como nunca hay suficiente historia de Madrid, escuchábamos todos muy atentos, pero hubo un alivio general cuando Javier dijo “Guada, sirve la primera, por favor". No sabíamos entonces que tendríamos que ganárnoslas con un examen visual, olfativo y gustativo. Pero como con todos los placeres, alargar al máximo la espera hizo que el llevar el cristal hasta nuestro labios supiese a gloria.

La que inauguró la cata fue Amaniel. Una cerveza brillante y dorada por la malta caramelizada, de burbuja pequeña y rápida como la de un vino de aguja. En nuestra ignorancia, aun nos olía sencillamente a cerveza. Pero en cuanto Javier nos dio las pistas pudimos notar el olor dulzón que deja paso a un suave perfume floral por el lúpulo. El sabor equilibra el dulzor de la malta tostada con un amargor suave, pero persistente. La más parecida a la caña de toda la vida gustó a todos mucho, pero sin impresionarnos especialmente.

Para Marcenado ya nos fuimos soltando, no resultaba nada difícil notar la diferencia. Marcenado, es turbia por la presencia de la levadura en suspensión, se compone de malta de trigo y cebada y huele a plátano maduro. ¿El sabor? Dulce y suave. Pensado para papilas que no aguanten bien el amargor, esta es una cerveza refrescante y fácil de beber.

Con Maravillas había que agarrarse fuerte. De color ámbar anaranjado y espuma tostada, huele a caramelo y cáscara de cítricos, pero en esta ocasión en cuanto entra en tu boca se engancha con uñas a los laterales de tu lengua. Perfecta para disfrutarla despacio, cambió por completo de sabor al acompañarla con un maridaje de ibéricos, tras el cual se acentuaba su dulzor. 

Por último, nuestro tour gustativo terminaba en Jacometrezo, calle en la que se sirvió la primera cerveza Mahou. El color cobre y brillante con espuma casi parda, anunciaba que estábamos ante otra bomba. Su olor afrutado, recuerda una vez más a plátano, aunque aquí se perciben ligeramente un perfume especias, algo que se intensificaba al gusto, con un suave sabor a clavo. No fue lo que esperábamos, Jacometrezo es intensa sí, pero el amargor es tan ligero que desaparece rápido dejando un sabor dulce y prolongado en la lengua.


Las casi dos horas de reunión pasaron entre risas y cervezas, como en cualquier cita con amigos. Nos levantamos con la sensación de que nuestra próxima caña nos sabría más vulgar, pero que seríamos más conscientes de toda la historia que guardaba dentro. La historia de siete generaciones, la historia de 120 años de un negocio familiar que ha llegado a dar nombre a la cerveza más consumida en nuestro país. Un sabor que recorrió en su origen las calles de Madrid, y que la colección Casimiro Mahou reúne en estas cuatro botellas. Si, Madrid es para pasearlo, pero un tour con amigos alrededor de una mesa, con un par de botellines llenos de aromas y sabores escondidos es algo que no te puede ofrecer ninguna guía turística.



lunes, 25 de mayo de 2015

Piel de mariposa




Soy una de esas lectoras que no solo se enamoran de una historia sino que ven al propio libro como una pequeña joya. Desgraciadamente ese fetichismo ocupa demasiado espacio, por lo que en mis estantes solo consiguen un puesto los libros que realmente me han gustado. ¿Pero qué hacer con los otros? Un libro lleva todo un universo dentro como para venderlo al peso, tampoco está su lugar entre los cubos de basura. Está la posibilidad de donar a bibliotecas, pero por experiencia os digo que a menudo las donaciones les superan. Llevo tiempo buscando un buen lugar donde dejar esas historias que tal vez llenen más a otros. Tradicionalmente, el 2 de Mayo se recogen libros para Hispanoamérica, si una vez al año no se solucionan mis problemas de espacio. Buscando, buscando, llegué hasta la DEBRA, la Asociación Piel de Mariposa.

Para aquellos que no lo sepan (yo era una total desconocida sobre esta enfermedad), la Piel de Mariposa, cuyo nombre médico es Epidermólisis bullosa, es una de esas enfermedades "raras", incurable y terriblemente dolorosa. Aquellos que la padecen tienen una piel tan frágil que se rompe con facilidad, como las alas de una mariposa. La enfermedad conlleva, además de dolor, la pérdida de funcionalidad de pies y manos y problemas de desnutrición, anemia, carcinomas...

La Epidermólisis bullosa se une a la larga lista de enfermedades que por ser poco comunes carecen de fondos para investigación y cuyos tratamientos están fuera de la Seguridad Social.

La asociación Debra reúne fondos para ayudar a familias afectadas por la enfermedad formando enfermeras especializadas, ofreciendo apoyo psicológico a enfermos y familiares, y reivindicando los derechos de estos enfermos. 



Entre sus iniciativas están las tiendas solidarias; locales con los que puedes participar dejando libros, ropa y demás objetos EN PERFECTO ESTADO, pero que tú ya no utilizarás. En Madrid podemos acercarnos a cualquiera de sus dos locales en el Centro Comercial Alcalá Norte o en la céntrica Calle Embajadores 35, y si no vives en Madrid, siempre puedes visitar su página www.debra.es para enterarte de cómo puedes ayudar.

La tienda acepta todo tipo de artículos excepto aquellos obsoletos como enciclopedias, cintas de cassette o películas VHS, aunque siempre es mejor llamar si tenéis alguna duda sobre lo que pensáis llevar.

Desde Mimadridmemima os animamos a que os acerquéis aunque solo sea a ver las gangas que tienen en bolsos y vinilos . Os lleváis algo bonito y hacéis algo bonito, no se me ocurre oferta mejor.

viernes, 16 de enero de 2015

La Tabacalera y sus cigarreras

En la plaza de Embajadores, pegada a Miguel Servet y alojada en un terreno de casi treinta mil metros cuadrados, se encuentra la antigua Fábrica de Tabacos de Madrid, ejemplo de la edificación industrial neoclásica y escenario en el que trabajaba uno de los personajes más castizos del siglo XIX y gran parte del XX: la cigarrera.   
 
La Tabacalera y sus cigarreras
 

Fue el rey Carlos III, en 1790, quien encargó a Manuel de la Ballina la construcción de la fábrica, aunque las obras terminaron dos años después, durante el reinado de su hijo Carlos IV. Estaba destinada a albergar la Real Fábrica de Aguardiente, si bien también se encargaría del papel sellado y las barajas, pero antes de terminar el siglo, el monopolio de la fabricación de aguardiente y licores se le concedería a la Condesa de Chinchón, mientras que los naipes pasarían a ser manufacturados por el afamado Heraclio Fournier. 
 
El consumo de rapé había disminuido para comienzos del siglo XIX y, tras la entrada de las tropas napoleónicas y la victoria de José Bonaparte, se hizo necesaria una fábrica en el interior para abastecer la demanda de cigarrillos que no podían cubrir las fábricas de Sevilla, Cádiz y Alicante. Así en 1809 abrió de nuevo el edificio, convertido esta vez en la Real Fábrica de Tabacos y Rapé. Sin embargo, los cigarros presentaban un problema, exigían delicadeza en las manos a la hora de liarlos, además de precisar de mayor mano de obra. La solución fue sencilla y, sin buscarlo, progresista: se contrataría obreras que, ante la posibilidad de ser económicamente independientes, estarían dispuestas a cobrar menos que los hombres. La idea funcionó y las 800 trabajadoras con las que comenzó la fábrica se convirtieron en 4500 a finales del siglo XIX. Eran vecinas del barrio de Lavapiés, de clase humilde, pero con la determinación necesaria para convertirse en precursoras del feminismo madrileño, además de protagonistas de la lucha obrera. El interés del personaje de la cigarrera, fuerte, descarada e independiente, se haría famoso por la ópera Carmen, pero la cigarrera típicamente madrileña también se haría un hueco en la literatura gracias a autores como Carlos Arniches, que las representa en muchos de sus sainetes. No era de extrañar esa fascinación; las obreras terminaron por ocupar los puestos de mando, mientras que a los hombres se les destinaba para cargos subordinados a ellas, como el de mozo de almacén o el de capataz. El poder femenino era tal en la fábrica que llegaron a gozar en ella de un servicio de guardería y una sala de lactancia, gracias a la iniciativa de Ramón de la Sagra. En caso excepcionales, las trabajadoras podían mantener la cuna con su hijo junto a su puesto de trabajo. 
 
 
 
Esa fuerza y determinación las empujó también a ser beligerantes trabajadoras que no dudaban en protestar con huelgas y motines por sus condiciones laborales. El más famoso de estos levantamientos se dio en 1830, en pleno reinado de Fernando VII. La razón fue que las obligaron a trabajar con tabaco podrido, exigiendo la misma producción y calidad que con la hoja de tabaco fresco. Zarandearon al director de la fábrica y, gracias a su peso dentro del barrio, se vieron protegidas por cientos de vecinos que no dudaron en plantar cara a la autoridad. Más tarde, con la mecanización de los puestos de trabajo, las cigarreras se levantaron de nuevo y destrozaron parte de la fábrica. Pero el progreso no se pudo frenar, y para comienzos del XX, el puesto de la mujer en las tabacaleras comienza a hacerse innecesario. No obstante, estas mujeres permanecieron fuertes, y si bien sus derechos laborales se vieron recortados en las primeras décadas, algunas de ellas fueron importantes personajes del movimiento obrero, como es el caso de Eulalia Prieto o Encarnación Sierra.
La última promoción de cigarreras fue en 1923, a partir de entonces sus trabajadoras fueron envejeciendo, y de la fábrica, poco a poco, fue desapareciendo el bullicio, las risas y los comentarios de aquellas mujeres que habían levantado el barrio. En la segunda mitad del siglo XX, la tabacalera de Madrid era la principal fabricante de los famosos cigarrillos Celtas, pero la máquina de liar cigarrillos, la encajetilladora y la celofanadora realizaba su trabajo de forma automática, ya no eran necesarias las delicadas manos femeninas.

A finales del 2000 la fábrica cerró definitivamente sus puertas. El cambio de siglo hacía incierto su futuro y, aunque el edificio pasaba a pertenecer a estado, éste no parecía tener ningún interés en darle un uso más allá de convertirlo en un nido de ratas. Un proyecto que pretendía convertirla en centro de artes visuales se quedaba en el papel por falta de presupuesto. Por fin, en 2009 la tabacalera comenzaba su actividad como centro social autogestionado, promoviendo exposiciones, ciclos de cine y documental, representaciones teatrales o tardes de lucha libre. La fábrica era devuelta al barrio, a los vecinos herederos de los trabajadores y trabajadoras que durante casi dos siglos la mantuvieron viva con su trabajo, y también nos la devolvían al resto de madrileños que abrimos nuestros ojos ante ese imponente edificio que había permanecido gris e invisible durante décadas.
 

En su interior, del mismo modo que en la fachada que recorre el último tramo de Miguel Servet, se exhiben coloridos murales que recuerdan a la alegría de las risas femeninas que con sus delicados dedos liaban con habilidad los cigarrillos que fumaba toda España, al entusiasmo de las mujeres que se negaron a conformarse con el lugar que la sociedad les había impuesto y que, desde el anonimato, cimentaron el camino que tendría que recorrer la mujer trabajadora.