Palacio del Buen Retiro, grabado de Juan Álvarez de Colmenar, principios del siglo XVIII |
Madrid
a 16 de Marzo de 1808
Mi
estimada Lorraine,
Perdona
mi demora en escribirte estas líneas. Si supieras...si llegases
mínimamente llegar a comprender la situación en que se encuentra la
ciudad que vio nacer nuestro amor. Se me escapan las palabras para
describirte lo que ocurre a nuestro alrededor.
¿Recuerdas
nuestros paseos por las calles de Madrid? Como nos reíamos entonces
al ver a tus compatriotas franceses pasar a nuestro lado, tu me
hablabas de vuestras costumbres y yo, confieso que cuando no me
interesaban, te callaba con un beso. Como recorría las calles cogido
de tu mano intentando ser yo quien te contase la historia que
teníamos alrededor.
Ay,
mi petite amie, si
llegases a ver a través de mis ojos lo que yo veo. Aquel parque del
que yo tanto me enorgullecía, aquel del que te conté mil veces que
gracias a nuestro buen rey Carlos III al fin podíamos disfrutar
todos, aquel que me servía para hacerte fruncir tu ceño,
comparándolo con tus Campos Elíseos, y disfrutar de los hoyuelos de
tu boca cuando intentabas enfadarte. Ay, mi buen Retiro yace ahora
pisoteado y maltrecho por las botas y escupitajos de soldados
franceses.
Pasean
a sus anchas, Lorraine. Allá donde pisan Madrid no vuelve a ser la
misma. Hacen de nuestras casas las suyas echándonos a las sucias
calles que tan dedicadamente se molestan en manchar antes.
Pagamos
la batalla que tuvo lugar allá en el sur, en un sitio llamado
Trafalgar. Te confieso que desconozco si realmente existe tal sitio,
pues sabes que nunca salí de esta mi ciudad, aunque ansío reunirme
contigo en París o cualquier otro lugar. No conozco, decía, si
existe o no, pero me cuentan mis compañeros que así es, y que
tuvimos que acudir junto a Napoleón por un acuerdo al que llegó
nuestro rey, no nosotros. Y ahora pagamos aquella derrota, la pagamos
nosotros, no él.
Y
se ríen, Lorraine, sobre todo él, nuestro rey, aquel al que llaman
Carlos IV. Cualquier calle en la que te detienes puedes escuchar sus
carcajadas. No lo decimos sólo nosotros en la penumbra de esas
tabernas, que no te gusta que frecuente, rodeado de mis amigos,
conocidos y alcohol barato, incluso los pudientes empiezan a
murmurar, a demostrar su malestar. Y no es el rey el único que se
ríe, su primer ministro Godoy juega con el poder a su antojo
mientras nosotros nos tenemos que limitar a observar lo que ocurre a
nuestro aldededor. Dicen que ha huido hacia Aranjuez pues hace días
que no se le ve.
Te
cuento esto porque es a Aranjuez a donde parto. Me han hecho saber
que la familia real acudirá en los próximos días. No voy sólo,
Lorraine, vamos todos los posibles, incluso algunos nobles nos
acompañarán en nuestro viaje para apoyar que nuestro Deseado
Fernando porte la corona.
Partimos hoy, en unos instantes me reuniré con Ventura, José y
Quirós en la Cuesta de San Vicente. No sé si tienes recuerdo de
ellos, son aquellos que nos perseguían entonando serenatas
envalentonados por el vino, aunque quizás lo dudes son buenos
muchachos. No temas por mí pues tan sólo acudimos a demostrar
nuestro descontento.
Prometo escribirte de nuevo tan pronto
hayamos regresado, aunque para entonces no hayas recibido aún esta carta.
Siempre tuyo,
J.
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